Dime cómo vistes, Tim

A mis quince años, en La Habana, un álbum de fotos era el paso reglamentario para la “mayoría de edad” en las muchachas (nunca antes pasó –al menos yo no me enteré- esto de incluir a los varones). Dos o tres trajes, un modesto álbum y una fiesta a la que llamábamos “motivito”. Los quince, como la moda en la Cuba de entonces, más que costearse se “resolvía”: ropita hecha por la costurera, donaciones de los parientes, una jeringuilla con lejía para convertir el jean de viejo y demodé, en prelavado moderno.

Éramos artífices del reciclado –bromea mi letra de molde este lunes. Y también más ingenuos, conformistas, humildes. También éramos, además de sencillos, un poco más auténticos. Aunque vistiéramos más o menos igual: holgadas camisas bacteria, peinados respetuosos del frizz natural nos trae de recuerdo, por ejemplo, esta serie cubana para jóvenes, Blanco y negro, no, que están retransmitiendo este verano.

Si por lo menos la telenovela cubana de hoy aprendiera de esta realización como ejemplo feliz!).

Recuerdo a mi padre y sus camisas Yumurí, a mi madre con su trusa Vanessa. Nuestras ropas traían hombreras, prendedores y entre los más jóvenes se usaban muy holgadas, de hecho los pullovers, mientras más anchos, más swing tenían. Las mujeres querían tener el pelo rizado y para eso se hacían la onda fría o se ponían esos graciosos rulitos –a veces muy grandes- que cubrían con pañuelo para venir a recogernos a la salida de la escuela.

Nuestra homogeneidad de entonces, a diferencia de la actual, pasaba indefectiblemente por la necesidad y hasta es de reconocer –lo pronuncio con honesta letra de molde-, que la inelegancia de la que habla Milán Kundera colgaba, efectivamente, de nuestras perchas.

Igual no dudábamos en aceptar, desde entonces hacíamos como Lucas –“lo que te den, cógelo”. Nos las ingeniábamos para “modernizar” un viejo vestido, una blusa, un pantalón campana. No mirábamos la marca, mirábamos si nos servía, si nos resolvía para ir tirando. Y ya vemos que hoy la moda, sobre todo entre nuestros jóvenes, es más cara que nunca, menos made in Cuba que nunca y mucho más exigente –sobre todo de hijos a padres.

¿De dónde ha salido históricamente los patrones sino del pie forzado de la farándula? ¿de dónde toma la farándula sino from the other farándula? Ni mejor ni peor, a la larga es la dinámica actual dividida como nunca en dos bandos: si Tim tiene, Tim vale, y si no tiene, ¿dime cómo vistes, Tim? ¿Dónde comprará Tim esa ropita de marca? –pregunta intrigada mi letra de molde que se tropieza, en las noches de la Habana, con gente tan elegante y tan perfumada.

“¿Viste las Ray Ban que me eché?”, reza una frase común entre los muchachos mientras algún jovencito va con andar –aguaje- moderno y quince centímetros de pelos disparados hacia arriba, o aplastados sobre la frente con este popular gel Moco de gorila. “Esta moda de hoy…” criticará por los siglos de los siglos cualquier adulto de cualquier época. Sí, la moda también se repite –de-pantalón-campana-a-entubado-a-campana- como se repite la clásica reacción ante la “nueva” moda.

“Según te vistas, así te tratan”, dice siempre mi madre y razón tiene. También hoy, según te vistas te dejarán entrar o no, te tratarán con mayor o menor cortesía. No se le trata igual a una mujer que lleva sandalias hawaianas a otra que lleva tacón. (¿no lleva un tacón de aguja gran esfuerzo –hasta neuronal- invertido?). Según te vistas, así te aceptarán/mirarán, porque al cubano, de tan indiscreto, la vida le entra y todo lo averigua por los ojos.

Pero mi pregunta este lunes no va por ¿estos tiempos o aquellos tiempos? ¿Lucas o Milán? ¿será realmente auténtica la farándula como para…? ¿los quince de ella o los de él? ¿cómo “resolverás” ese dinero de los tenis? ¿la marca sí o la marca no? Hoy mi letra quiere saber, no el de la ropa que llevas, sino tu verdadero precio, ¿hasta cuánto das por vestirte a la moda?