Lo bueno, lo malo, Cuba, nosotros

 

Lo bueno de los negocios privados es que generan más puestos de trabajo. Lo malo es que la mayoría de ellos pertenece solamente al área de servicios. Lo bueno es que una parte de la juventud los asume como eso, una oportunidad económica temporal. Lo malo es que para la otra parte, constituyen una meta. En el cuentapropismo cubano, como en la vida, hay cosas buenas y malas.

¿Quién hubiera imaginado, años atrás, a un joven cubano formando parte de esta generación part-time que, mientras estudia en la universidad, trabaja para mantenerse económicamente? “En la facultad, al principio, nos miraban mal”, me dijo, dos o tres noches atrás, una muchacha.

Claro, pensé, tantos años creyéndonos que estudiar y ganarse el pan de cada día a la vez era negar la condición de “inmaculado” al título universitario. Tantos años de paternalismo excesivo y moralizante donde “yo te mantengo –más bien hago lo que puedo- para que tú te dediques a estudiar”, claro que deja sus rezagos –apunta un tanto compungida mi letra de molde.

Aún hoy, la mayoría se resiste a –y hasta le molesta- la idea. Más cuando el padre ve que el hijo, apenas en unas horas, gana más que él en todo un mes de labor docente, médica, ingenieril. Más cuando el hijo, por demás, se va a vivir alquilado, viste ropita moderna, se ha comprado un ipad y ahora marca tarjeta a la altura de los tiempos: “viejo, cualquier cosa, me tiras al móvil”.

(Por suerte para ambos, Etecsa no solo le respondió a nuestra revista Cuba contemporánea sino que resolvió finalmente el problemita de los móviles)

Lo malo es que, para el otro sector de la juventud, estos nuevos negocios son el fin, el camino más rápido –acaso el único posible- para comprarse una casa, pagar las cuentas, “vivir mejor”. ¿Quemarse tanto las pestañas para ganar qué?, justifica una buena parte del mundo flotante para abandonar estudios o peor, ni siquiera comenzarlos.

Lo bueno es que la gente se monta en el carro de “mientras más trabajes, más ganas”. Y está clarísimo que mientras más ganas, menos inventas. Lo malo es que este tipo de trabajos -este tipo de lugares- comienza a ser para algunos la medida de todas las cosas. Así como facebook –para muchos en el mundo- es la absurda prueba de la existencia social, tener acceso a estos sitios en Cuba te hace “visible” (socialmente hablando).

Lo malo de esto es que cuando terminas la cerveza que podías permitirte esta noche, el mesero “amablemente” te presiona varias veces con su “¿desea algo más?”, que traducido al lenguaje cubano de los gestos quiere decir, “hace falta que despejes el área, que aquí se viene a gastar”. Lo bueno es que muchos negocios luchan por posicionarse como lugares con identidad propia y no en función de meros centros recaudadores.

Lo bueno es que muchos pequeños empresarios han entendido que –más allá de la promoción pagada- un servicio de calidad es la mejor publicidad que pueden autogestionarse, y esto le inyecta dinamismo, incluso, al sector estatal. Lo malo es que otros negocios privados te cierran las puertas en pleno rostro si no vienes en auto moderno, si no vistes ropa cara y de marca, si no tienes móvil de última generación porque eso se resume en una cuestionable verdad: no vas a consumir mucho.

Lo malo es que ciertos negocios, junto a las ofertas de comidas, bebidas y para “atraer” clientes, “ofrecen” como valor añadido la imagen de sus camareras con shortcitos y escotes evidentes, en claro retroceso de las merecidas igualdades ganadas por la mujer cubana en la sociedad. Lo bueno es que ella sabe, es consciente del terreno ganado, la mujer cubana reclama sus derechos.

Lo bueno es que la competencia en general ha sacudido esa gastronomía perezosa que asumió durante tantos años la atención al cliente como un favor que se hace y no como lo que realmente es, un servicio por el que se cobra. Lo bueno es que los cubanos, emprendedores por naturaleza, aprovecharán la coyuntura cuando se da, con lo bueno y lo malo que toda oportunidad encierra.