[¿Hasta dónde verdad y cuánto de imaginación?, mejor no decirlo. La ficción es una forma de vivir tan válida como otra cualquiera. Tantas veces la realidad traía algo que no vivimos, tantas veces mucho de lo que vivimos no era como pensábamos. Este personaje, contrario a lo que decía en aquel entonces, ya no está más en este país. En cambio yo, que tantas oportunidades tuve, me quedé. Eso, somos páginas rectificadas.]
Este «dulce mensajero» murió como vivió, como enseñó;
no para «redimir a los hombres», sino para mostrar cómo se debe vivir.
No defenderse, no indignarse, no atribuir responsabilidad…
Pero también: no resistir al mal, amarlo…
Friedrich Nietzsche
El anticristo
Página 56
(…) esperamos sentadas en lo alto de la escalinata de la Universidad. Siempre me ha gustado esta vista, me da sensación de dominio, de espacio abierto y posibilidades infinitas sobre ese espacio. Hay mucha gente bajo la sombra de los árboles, cabezas inclinadas sobre los libros y los resúmenes: examen a las dos en punto de la tarde. Hablamos de la nueva asignatura, Historia Contemporánea III, que incluye la caída del campo socialista. Prometo conseguirle los libros.
Me dice su nombre y coloca una mano sobre mi hombro: señal de agradecimiento; seguramente (…)
Página 56 (página rectificada)
Ella coloca su mano sobre mi hombro, un leve roce contenido. Su mano tiembla un poco o quizás sea yo que no acostumbro al contacto físico inmediato con los extraños. Sorprendida ante mi propio nerviosismo trato de concentrarme en el espacio que se abre ante mí desde lo alto de la escalinata. Las dos calles que suben desde el mar se unen frente a la universidad: ¿accidente geográfico?
Página 61
(…) busco información sobre los sucesos de Praga en el año 68. La bibliotecaria con ojos muy abiertos, no hay nada, bibliografía inexistente. Estudio con los escasos artículos bajados de Internet. A las once voy a su casa, me ha invitado a almorzar. Su novio cocina para los tres: spaghettis y una botella de vino.
–Tenía ganas de conocerte, me ha hablado tanto de ti –me dice él mientras ella pone música y me invita a bailar descalza sobre la alfombra. Él friega los platos y luego se sienta a fumar un cigarrillo: nos mira mientras la (…)
Página 61 (pr)
Bailamos descalzas sobre la alfombra. Ella se vira de espaldas y se me acerca, trata de pegar su cuerpo al mío. Yo doy la vuelta y me coloco de frente. Él parece divertirse viéndonos. La mano de ella en mi cintura, acaricia mi espalda: quiero pensar que el vino tergiversa las cosas. Insiste para que me quede pero no, regreso a casa.
Página 73
(…) estudiamos juntas. En el Sistema a Distancia es difícil conseguir los libros, es mejor compartir y mientras más gente conozcas, tanto mejor.
Mi casa: mesa de comedor cuadrada de apenas un metro y medio, sillas de frente. Ella coloca sus pies sobre mis muslos y desvía mi atención por unos segundos. Parece concentrada en lo que hace…
–Primavera de Praga –tema difícil– ¿qué posición adoptó Cuba con respecto a este asunto?[1] ¿sabrías qué poner en un examen si te hacen esa pregunta?
–Mejor pensar que te tocará otra batería.
Ríe de mi pregunta y de su respuesta, ríe lindo, se le hacen huequitos en las mejillas. Me mira. Quién iba a pensar que llegaríamos a tener esta amistad. Ya no es solo intercambio de materiales de estudio, ahora salimos juntas a bailar los fines de semana, teatro, cine. Es una gran amiga, recuerdo el día (…)
Página 73 (pr)
Sus pies sobre mis muslos. Los mueve y roza mi sexo. Está inclinada sobre las hojas, lee y toma notas. No puedo concentrarme ¿quién era el presidente de Checoslovaquia cuando la Primavera de Praga? Ella lee y toma notas… abandono el libro y la observo, miro sus manos delicadas de uñas muy cortas, su piel blanca. Usa espejuelos de reborde negro, el pelo lacio le cae sobre la frente y el aire del ventilador lo mueve sobre sus ojos, constantemente lo aparta y sigue leyendo. Los rasgos de su cara son tan finos… si yo… me agrada su compañía. Mueve los pies y yo sostengo la respiración para no hacer el más mínimo movimiento, mis músculos se endurecen, trato de pensar ¿quién era? ¿quién era? Levanta la vista y mi corazón quiere salirse de lugar: me mira y sonríe… segundos largos…
–¿Pasa algo?
–No recuerdo quién era el presidente de Checoslovaquia cuando la Primavera de Praga.
–Dubcek. [2]
Vuelvo a las páginas de mi libro.
Página 87
(…) está inclinada sobre la hoja del examen. Demora. Salgo y la espero afuera. Converso desganada con la gente sobre las preguntas que salieron esta vez. El proceso de rectificación de errores, año 89 en la antigua Unión Soviética y la política del CAME. Todos se quejan por la escasez de bibliografía y las exigencias de los profesores, nadie está muy convencido de las respuestas que dio. Ella sale por fin. Quiere que vayamos al cine pero yo estoy muy cansada. Otro día. Me quedo en la parada de Coppelia y ella continúa por 23: Chaplin, mi cine preferido. En verdad yo (…)
Página 87(pr)
Inclinada sobre el examen su cuello queda al descubierto. Ha recogido su pelo hacia arriba y deja ver mejor su cuello largo, blanquísimo, salpicado de cabellos claros. Espero un poco más, he revisado mi prueba dos veces y sigo aparentando que busco algún detalle específico, algo más para alcanzar el aprobado, pero no, yo quiero ver su cuello un rato más, solo un rato más. Salgo y la gente habla, me atormenta ¿qué sentido tiene si las respuestas están escritas ya? Ella me invita al cine pero yo me justifico con el cansancio, quizás otro día: temo querer tocarla en la oscuridad.
Página 125
Hace varios meses que no nos vemos. He rechazado varias de sus invitaciones, estoy ocupada o ya tenía planificado otra cosa. Mi vida es más agitada ahora, estudio mucho y además comencé a trabajar. Ahora nos tropezamos en la calle y me invita a tomar helado. No me reprocha nada, sonríe y pregunta cuándo le voy a dedicar un tiempo. Prometo conseguirle algunos libros que le hacen falta, todavía no se gradúa. Yo termino este año:
–Imagínate, con el examen estatal apenas tengo tiempo para nada –. Debo irme. Me abraza y se despide de mí.
Página 125 (pr)
Lleva la cuchara a su boca muy despacio, disfruta el helado. Le da vueltas hasta formar una crema y embadurna la cuchara por ambas partes, luego pasa la lengua despacio y entrecierra los ojos. Habla de Historia de África:
–Parecía una asignatura difícil pero no, peor es Historia de España, esa sí, miles de leyes que al final nunca se cumplían. España… la primera en obtener todo un imperio ultramarino y luego tan rezagada… a veces pienso que por eso en este país… –se queja del calor–, parece mentira que estemos en febrero, ¿te imaginas si nos hubieran descubierto los ingleses?
Y se sube el pelo, sus dos manos apoyadas sobre su cabeza mientras trata de acomodar el palillo chino. Me excuso:
–Debo irme, tengo un compromiso dentro de media hora –no me reprocha, no me pide que me quede, me deja ir–, nos vemos otro día –y se queda allí sentada, no insiste, no insiste, no insiste.
–Déjalo así, yo pago la cuenta.
Página 132
México, 1968. Plaza de las Tres Culturas. Protesta de los estudiantes para hacer valer su derecho de expresión y pedir, luchar por una sociedad más democrática. Las autoridades abrieron fuego sobre ellos… murió hasta gente que estaba en los balcones, gente que ni siquiera asistía a la protesta, apenas espectadores casuales… se conoce como La Matanza. Ocurrió el 2 de octubre en Tlatelolco. El 12 de octubre fueron inaugurados los XIX Juegos Olímpicos en la Ciudad Universitaria como si nada hubiera ocurrido. En política siempre se juega a que no pasa nada, y lo peor es que la gente se lo cree.
A la salida de mi examen la encuentro. Acepto su invitación a almorzar. Hablamos de México mientras corta la cebolla:
–Menos mal que ya esas cosas no se hacen así –me dice.
–No, la verdad que no, aunque se siguen haciendo de otra manera quizás peor. Ahora usan una violencia inteligente. Te manipulan con tal habilidad que ni siquiera te das cuenta. A través de la historia el hombre ha sido capaz de refinar la práctica de la violencia a tal punto que la víctima no se sabe víctima.
–¿Y la violencia en el sexo?[3]
(…)
Página 132 (pr)
Sus manos finas sostienen con fuerza el cuchillo. Va cortando los trozos perfectamente simétricos, con sumo cuidado. Atiende el arroz que está al fuego y yo solo me alejo porque debo preparar la mesa, adoro sus maneras femeninas. Una botella de vino tinto y algo de música. Mientras comemos seguimos nuestra conversación sobre México y terminamos decidiendo no hablar más de historia, en un arranque de confianza, desinhibida por el vino me decido a contarle algo que ronda por mi cabeza hace tiempo.
Refiero el diálogo en sus detalles más importantes:
–Si tuvieras la oportunidad de viajar a otro país… ¿lo harías? –le pregunto.
–Bueno, no sé, depende. Me gustaría viajar por estudio o trabajo. Nunca definitivo.
–Alguien me propuso irme a Canadá.
–¿Qué garantías tienes? Vivir solo en un país extraño no es cosa fácil.
–Él me ayudaría económicamente, sin segundas intenciones… creo. Pero no estoy segura de que sea lo que quiero realmente.
–¿Irse? Hay tantas cosas que hacer aquí. Lo bueno es viajar, conocer el mundo y luego regresar. Es preciso trabajar mucho y duro. Esta sociedad está a medio camino, irse a fregar platos a otro lugar no tiene ningún sentido para gente como tú. Es algo que debes pensar muy bien.
Terminamos el almuerzo y nos dejamos caer en la botella de vino. Nos acostamos en el suelo, frente al ventilador. Recuesta su cabeza en mi espalda, yo no intento nada si bien ganas no faltan, es ella quien acerca su cara y me besa. Sus gestos son dominantes, me gusta, me dejo llevar hacia su fantasía. Amo su rudeza para conmigo.
Desnuda y con gorra militar le saludo en firme:
–Ordene.
–Arrodíllese –y me arrodillo–, bese mi pies.
Mis nalgas se abren al inclinarme sobre sus pies y yo sé que me mira en el espejo. Me penetra con sus dedos por detrás. Luego me obliga a besar su sexo mientras está parada frente a mí:
–No pienses, los soldados están hechos para no pensar. Los soldados obedecen órdenes y nada más.
Con una correa atada a mi cuello recorro la habitación de rodillas. Me siento un soldado de su sexo; el arte de servir al otro en la maravillosa construcción de su fantasía: soy un siervo del placer ajeno que lleva banderitas de papel en las manos y las agita con fuerza. Ella va delante mío, tirando de la correa, me hace perder el equilibrio. Amarra mis manos a la pata de la mesa. Abre mis piernas bruscamente y muerde mis labios, presiona mi clítoris con su lengua. El dolor tensa mis muslos, trato de estirar las piernas pero ella no me deja. Un orgasmo intenso sacude todo mi cuerpo.
Se masturba mientras la miro, ella sabe que la miro y lo disfruta. Saberse observado por el otro. Gozar la no-privacidad en el momento del placer más íntimo:
–Golpéame –me pide, y yo le doy una, dos, tres bofetadas. Gime complacida y después se vuelve tierna, me pide que la abrace, suspira como una niña entre mis brazos.
La puerta se abre de golpe y me lanzo a cerrarla:
–Pero, ¿no me dijiste que tu novio no venía hoy? –es lo único que alcanzo a decirle.
Aturdida por la escena recojo mi ropa del suelo y ella, tras una carcajada enorme y con aires de que no pasa nada me dice:
–Bueno, supongo que haya que vestirse ¿no?
Y me visto.
Y él me saluda como si nada.
Y el vino no me ayuda a evitar la vergüenza.
No sé con qué cara miraré a mi madre esta vez.
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[1] Esta fue una de las preguntas que hube de responder en mi examen estatal. Claro que Cuba estuvo de acuerdo, en un principio, con la intervención rusa en Checoslovaquia, aunque después se retractara.
[2] En este punto ya advertía cierto brillo en sus ojos, brillo que delataba su interés pero, la verdad, yo en esta historia fui muy indecisa, prefería pensar que eran solo ideas mías.
[3] Aquí se derramó el agua que estaba hirviendo para el té.