Y el taxista que frenaba en L, frente al cine Yara cuando, antes de bajar recto para más adelante incorporarse a la avenida Línea un muchacho, junto a su novia, le hacía una seña y el taxista negaba con la cabeza: no, no iba para la Víbora, iba en dirección contraria, hacia el paradero de Playa, hasta Flores, la zona de los ricos de verdad. Amelia era el único pasajero hasta el momento, la cosa estaba mala y el chofer ¿Viste el gesto que hizo? Y Amelia No. La verdad no me fijé y el chofer Todos los negros son iguales, basta media vez que tengan un poco de plata para que empiecen a creerse cosas, y cuando están con una blanca peor todavía. El semáforo parecía que lo esperaba para poner la luz roja y el chofer Y yo no sé qué hacen las blancas con los negros. Está comprobado que la blanca que se empata con un negro, termina salá. Y entonces la perra empezaba a chillar, como de costumbre, cuando llegaba alguien conocido. Amelia se agarraba a la reja y al ver a Elenita que se acercaba con la llave empezaba a imitar los chillidos de la perra. Elenita abriendo la puerta y moviendo la cabeza en un gesto de no tienes remedio. Y Amelia ¿Segura que tu marido no llega? El almendrón avanzaba por la calle Tercera, doblaba en la esquina de la calle Diez, saludaba al policía que ya había cobrado el soborno del día y bostezaba bajo el flamboyán. El mediodía hervía sobre la carrocería haciendo de ella un horno pesado y lento. Y el chofer Además, la naturaleza es sabia y nos hizo así: las blancas con los blancos y las negras con los negros. Mira, yo tengo un primo que es ginecólogo y me lo dice siempre. Nada, que en el hospital se ven todas esas cosas que pasan. Dice que lo que va de blancas a arreglarse eso allá adentro es lo más grande. Es lo que yo digo, se ponen a jugar con los negros y después pasan esas cosas. Yo no, porque yo soy mulato pero jamás he estado con una negra, ¡Dios me libre! Y Amelia que le pregunta a Elenita ¿Qué quieres que te haga? Y Elenita que le contesta Hazme lo que te dé la gana, y acostada boca abajo espera. Y Amelia ¿Quieres que te coja el culo? Y dice esto y le mete la lengua en el oído. De regreso al Vedado Amelia alcanzaba la avenida, ni siquiera llegaba a sacar la mano y un auto moderno se detenía. El señor que conducía le preguntaba hacia dónde iba y Amelia que se montaba en el asiento trasero, el único libre porque en el de adelante había una caja grande, grandísima. A su lado había un muchacho, copia fiel del conductor pero mucho más joven, y le sonreía y sus dientes amontonados y amarillos salían de los labios llenos de saliva, y la saliva corría por la barbilla cubierta por una montañita de vellos rubios, y sus ojos infinitamente azules esquivaban, eso mismo, la mirada de Amelia. Los ojos azules miraban por la ventanilla hacia afuera: sentían pena. Como en casi todos los almendrones sobre la pizarra descolorida había una pasarela de santos: San Lázaro, Santa Bárbara, La Virgen de Regla, La Virgen de la Caridad y Las Mercedes, breves estatuillas plásticas allí estaban y soportando el calor del sol a través del parabrisas, un rosario ennegrecido, plástico y colgando del espejo retrovisor. Recogían un pasajero y hasta la calle Ochenticuatro el taxista permanecía en silencio. Después de Ochenticuatro el pasajero se bajaba y el taxista no tenía para cuándo acabar, el taxista Ayer monté unos españoles… yo no sé qué le dicen a esa gente para convencerlos, no sé, la verdad. Se pasaron todo el viaje diciéndome que no me preocupara, que las cosas aquí iban a cambiar. ¡Clase de comemierdas! Dicen que si el bloqueo lo van a quitar pronto… nada, esa mierda que hablan cuando vienen a Cuba. ¿Sabes lo que yo haría? Los traería a vivir a un cuartucho de mierda, les daría una libreta de abastecimiento y les daría doscientos pesos para que vivan un mes, ¿qué crees tú que pase? Y Elenita Ay mami, me tienes loca, apenas esto decía Elenita mientras los espasmos decían que estaba a punto, apunto de venirse. Y se venía, abriendo la boca como un animal salvaje y gritando como una loca. Y Amelia que pensaba Esta es una de las diferencias entre los comunistas y los fascistas, y el muchacho se babeaba literalmente, los fascistas no habrían dejado que este muchacho llegara a hombre. Y el señor que conducía cuidadosamente, velocidad moderada, ponía cuidado en las señales de Pare y Ceda el Paso. Y Amelia que por fin preguntaba al taxista Y, ¿no crees que las cosas cambien? Y el taxista Sí, creo que sí. No hay mal que dure cien años, ¿no? Pero no tiene que ver con bloqueo ni un carajo de la vela. La suerte es que el cubano es luchador, y se la inventa. Pero hay una cosa bien triste ¿sabes?, y es que la juventud se le fue a uno así como así, y eso… eso no regresa más. Y Elenita Voy a dejar a mi marido… me singas tan rico y diciendo esto le daba un beso largo, larguísimo. Elenita no paraba de hablar Y pensar que hay mujeres en este mundo que no saben lo que es un orgasmo. Y Amelia respondiendo No te lo aconsejo, diciendo esto y encendiendo un cigarro Soy una mujer casada. Y Amelia que leía en el parabrisas la identificación que decía “Protocolo” y de pronto se daba cuenta de que el señor tenía una apologética camisa a cuadros, pelo entrecano pelado a lo militar, grueso en sus cincuenta y más. Sin motivo aparente, Amelia sin las pastillas porque se le habían acabado pero sintiendo miedo, era ese miedo lo que sentía por haber tocado, al azar, parte del sistema, de ese engranaje diabólico que hace que todo ¿funcione? Y el señor tomaba el camino por la calle Tercera, malecón y al llegar al protestódromo Amelia que le extendía un billete de un peso convertible. Y el hombre ¿Qué es eso? Diciendo esto alarmado el señor Usted no tiene que darme nada en absoluto. Esto es un auto del Estado, yo no pago la gasolina. Le estoy haciendo un favor. Hágame el favor y tómese un refresco con ese dinero. Y Amelia que entendía por fin y recogía el billete lo más rápido que podía y se quedaba en el Hotel Nacional y al bajarse del auto su sonrisa más inocente antes de cerrar la puerta y sonriendo esto decía: Gracias… compañero.