Cuando una cubana suelta la chancleta…

 

¿Alguien piensa hoy en el lenguaje cubano de los gestos y sus consecuencias? Por ejemplo, una cubana que amenaza con quitarse la chancleta es tan efectiva que automáticamente nos ponemos a buen recaudo. Como aquel que dice: “recogemos pita”, ponemos tierra de por medio, le damos la razón –aunque no la tenga- y no ofrecemos oportunidad alguna de que nos muestre “lo que Cuba lleva dentro”.

Nadie lo dude, en la mayoría de los casos la gestualidad cubana guarda la semilla –entre otras tantas cosas- del convencimiento.

Es que tenemos un amplísimo diccionario de gestos –asegura mi letrica de molde-, tan amplio como el de la cubana lengua española. No solo violentamos el espacio del otro, sino que lo tocamos mientras le contamos aquel susto en la guardia de ayer cuando pasó un hombre con andar sospechoso; en la última cola aquella mujer que entró sin pedir permiso y algo en sus gestos decía que se iba a colar, se estaba colando… ¡se coló!

¿Acaso por los gestos no sabemos que lo que traes en el paquetico es un regalo para el médico? ¿Acaso la mujer que está detrás de aquellas persianas –pensando que no alcanzamos a ver sus ojillos vidriosos- no cuenta en silencio las cajas que bajamos subrepticiamente del camión? ¿Acaso el codazo y el gesto del mentón entre las dos señoras no me hace reclamar siempre por qué se burlan de Yusimí?

La risita maliciosa del piquete de adolescentes me confirma que ellos fueron los autores del rotundo huevazo; las cejas levantadas de alguien me advierte que estoy hablando –escribiendo- de más en la reunión, en la escuela, en la oficina, en esta página en blanco que aguanta todo; ¡qué dolor mamá parada en medio de la calle a las tres de la madrugada con la chancleta en la mano!

Desde que el chofer de la guagua se para del asiento y estira el cuerpo por sobre el mar de gente que intenta montarse sospechamos que dirá: “hasta aquí, caballero, no sube nadie más”. Total, sabemos que la cara del tipo parapetado afuera de la tienda vende colchones, pintura de vinil, cajas de pollo o papel sanitario. ¿Por qué el policía pidió carnet a aquel hombre que llevaba rato recostado a la columna de la esquina?

“Tu cara es un poema”, dice mi mamá cuando en el televisor anuncian la novela nueva con bombos y platillos. Y esa forma de los hombres cubanos al frenar los pasos de golpe o aparatosamente llevarse las manos a la cabeza cuando les gusta la mujer que está pasando por delante de ellos. Ese meneo sabroso, tan fácil de reconocer en cualquier parte de este mundo donde se baile salsa cubanamente pegados a la pareja, como si le hiciéramos el amor a todas las cosas.

Es menos nuestra la languidez de un hemo que pasea su nocturnidad por la avenida G que el aguaje de los guapos en pleno concierto de la Tropical -y su respectivo pañuelo con amebas estampadas secándole el fastidioso sudor por la canícula-, con los brazos machos bien separados del cuerpo macho… para que no vayan a pensar.

Tantas veces como no hay suerte con los almendrones que señalan al piso anunciando que llegan hasta el Vedado no más, o señalan a su derecha indicando que bajan por la calle 42 y no me sirven, porque yo sigo recto por 41. Tantas veces en Coppelia la dependienta anota velozmente el pedido como diciendo: pide todas las bolas de helado de una vez que aquí no hay segunda vuelta.

¿Acaso no reconocemos ese agobiado andar de quien ha transitado –a pie o en guagua- unas cuadras, unas horas o la vida entera bajo ese cubano sol del mediodía? Malcriado huevo frito del chiquillo a quien regañaron por decir tantas malas palabras en la esquina mientras jugaba al quema´o justo cuando pasaba ese arrollador balanceo nalgatorio con que se anuncian la mujer salpicona, la mujer abundante y la mujer fácil.

No te quedes en el gesto histórico –regaña mi letra de molde-, asume también el gesto contemporáneo, es decir, el aire “superior” del cubano que hoy, por caprichoso salto económico, ostenta su membresía en el club Mundo flotante. La presunción por doble ciudadanía,  por un peinado moderno, por una fama accidental que, no importa: fama.

Mientras, ante todo esto el pavor del académico que refugiado en biblioteca personal niega con la cabeza, aprieta los labios y, ya sin esperanzas, suspira ante la mediocre cultura de algunos –tal vez muchos- o la ligereza de estos tiempos que ya no son, ni serán, los otros tiempos.

¿Y no es que la gestualidad, más que efectivo lenguaje, muestra el verdadero desarrollo o regresión del cuerpo social de un país? –pregunta mafáldicamente mi letra de molde apartando la sopa de siempre.

Érase una vez Vulgarcita en cualquier barrio de la Habana, en el seno de cualquier familia, en pleno día cualquiera, soltando la chancleta con los brazos en jarra mientras grita que a ese chama lo parió ella y como se le ocurra a la maestra volverlo a suspender…

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