Bajó despacio, pero con fuerza, como un regalo de los dioses, quizás una reconciliación con la vida misma. Abrió los labios discretamente y exhaló el aliento quemado. Poco a poco su cuerpo se fue relajando, sintió apagarse el rumor de la ciudad a medida que la luz se hizo más rojiza-oscura-adormecida detrás de las nubes y esa calma vasta invadió todo su cuerpo. Nunca se arrepentiría de haber cambiado las viejas persianas de madera por estos ventanales de cristal. Desde el butacón podía contemplar las puestas de sol con los pies cómodamente recostados a la mesita del centro de la sala y, más allá de los cristales, siempre tendría a mano la bandera cubana dejándose vapulear por la brisa marina y Maceo, perennemente a horcajadas sobre el corcel: el único cuadro que extrañaría de esta isla… algún día.
El segundo siempre es más fácil, después del segundo ya podrían venir miles, hasta que el cerebro se le hace blando, se le confunden los contornos de las cosas y la gente se le antoja más real, más accesible. Pero todavía es el segundo. El sol apenas si se ocultó detrás de las nubes, puede que definitivamente, aquí nunca se sabe. Brother, no te me caigas ahora, aguanta un poquito más, un poquito… anda y Carola parece que entiende lo que ella le dice y menea la cola. Se para en las patas traseras y coloca sobre el brazo del butacón las patas delanteras. Porque yo sé lo que quieren las hembras dice Amelia y se mete un chicle en la boca, lo mastica un par de veces y luego se lo tira al suelo. Carola se lo zampa de un tirón y se queda mirándola unos segundos, luego se sube en su propio butacón y acomoda la cabeza sobre las patas, al rato ya dormita. Más allá del balcón se encumbran el bullicio de la noche, el claxon, el frenazo, el silbido, la risa de una mujer que irá escasamente vestida. Los bicicleteros irán en retirada y saldrán los policías de noche, los borrachos, los viejos a seguir mirando por los balcones. Por entre las puertas se ven las barbacoas medio iluminadas, trapos sucios colgando y la gente abajo, también colgando en la calle, sentada en los contenes. Agosto.
Con el tercero ya está bien para vivir cualquier fantasía. Puede incluso añorar que llegue alguien, pero la gente está lejos, muy lejos, más allá del mar. Por eso ahora le basta con este disco y dejar correr el bolerón por sus venas hasta arrancarle una voz sentida. Carola levanta las orejas. Si fuera una persona diría otra vez con lo mismo, pero tampoco ladra, se queda quieta y la observa bailar descalza por la sala, servirse otro que ya no es, seguramente, el cuarto, sino el quinto, pero no importa porque no hay nadie más. Ni siquiera se ha bañado, o comido, ni siquiera tiene un teléfono a mano, o las ganas de ver a alguien. No tiene examen mañana, ni un desayuno que servir, no ha de justificar una tardanza, o alguien que le moleste como para salir de casa dando un portazo. Quiero emborrachar mi corazón en su voz es un lamento dócil, algo que el vecino tendrá que soportar. En esta isla cada quien muere a su manera.
Y ya el sexto se confunde con el séptimo o el octavo quizás, a quién le importa eso si Elenita Burke dice ámame como soy. La ventana de cristal está recia, ha de jalarla con fuerza para que entre un poco el fresco, eso es lo bueno de vivir en el cuarto piso y bien cerca del mar. Eso es lo bueno de tener un ventanal de cristal por donde puedes sacar medio cuerpo y abrir los brazos, y la viejita del quinto casi a derrumbar la ve desbocada pero qué podría sorprenderle ya. Ladra un perro en la esquina y se oye la música de la novela otra vez. Alguien ha dejado caer una bolsa de basura sobre el tejado ese que queda más abajo, un poco más al fondo, justo al lado del palomar. Habana… Brother… no te me caigas ahora, medio cuerpo afuera de la ventana aguanta un poco, solo un poco… anda y abre los brazos pero le entran ganas de fumar.
Si Lisy estuviera aquí, ay, si estuviera compartiría este noveno o… ¿décimo? En cambio tendrá que disfrutar a solas ese rastro dorado que va cayendo por las paredes de cristal, sin apuros, a su propio ritmo y enciende un cigarro suave, mentolado, de esos que tienen filtro. Pero este no es un cigarro cualquiera, no es ese después del almuerzo o en medio de la reunión, o en la espera del aeropuerto, este cigarro es uno definitivo, en este se resume la vida entera y toma otro sorbo y ya no es caliente como el primero, en realidad olvidó cuándo dejó de ser caliente y pasó desapercibido por su garganta como un proyectil silencioso, letal. Ahora las cosas tienen sentido, queman entre los dedos, parejo, egoístas… esta vida es una mierda. Las últimas gotas caen en el vaso, y de allí van a parar a su boca. Abraza la botella como si abrazara a alguien Oh… oooooh, vida… si pudieeeeera… Carola está sobre su butacón, mueve un poco las orejas y luego cruza las patas. Parece una persona.