Caza al ciervo si es otoño,
sigue sus huellas por el amarillo de la fronda,
sin dardos ni trompas síguele,
no es él la gracia ni el espíritu, apenas símbolo de sí (…)
quiérelo porque es el don para estos días concedido
(…)
Roberto Méndez
Caza del ciervo
Industriales contra Santiago ¿quién gana? ¿quién gana? ¡vivan los azules! La ciudad entera está frente al televisor, se oyen gritos: momentos de sano esparcimiento. En un banco de la avenida G yo recito un poema de memoria, la antítesis de mi mala memoria. Es tarde, ella me escucha asombrada.
–No puedo creerlo ¿te lo aprendiste de memoria?
–Sí, pero cuéntame tú cómo fue que dejaste de pensar en mí.
–La beca… se vive de otra manera. Ella duerme en la misma litera, abajo, tiene ojos grandes y siempre está atenta para cualquier cosa que yo necesite, además tú me dijiste que no había problema, que disfrutabas una relación abierta.
–No, no hay problema, pero quiero que me cuentes los detalles. Vamos a mi casa. Todos estarán durmiendo cuando lleguemos, te irás temprano, cámbiame esta noche por el poema que me aprendí de memoria.
El aire entra por la ventanilla y revuelve mi pelo, aire caliente y húmedo de ciudad tropical. El chofer nos mira por el espejo retrovisor. Atravesamos la ciudad muy despacio, como una pelota recta que se acerca al bateador, una bola que se acerca al bate sin miedo. El chofer nos mira. Lesbianas, piensa, lesbianas, se calienta, lesbianas se endurece su sexo mientras nos grita putas y nos imagina la una sobre la otra y ella me dice: quisiera tener una pinga bien grande para metértela y darte placer.
–¿Por fin ganó industriales? –fue sorprendido por mi pregunta. Me explica con lujo de detalles, se empeña en demostrar todo cuanto sabe sobre el deporte nacional. Yo masajeo las rodillas de ella, pago el taxi y nos bajamos.
Ella no se deja tocar, no se deja.
–¿Pero acaso no eras tú la súper amante? –se sienta en una esquina de la cama.
–Hoy no, por favor…
–Pero ¿no me pediste que te trajera a mi casa?
–Sí, pero no sé… mejor otro día ¿sí?
Me dan ganas de reír pero no debo, podría sentir vergüenza. Insisto, pruebo fuerza. Borro de un plumazo las historias de amor que me ha contado, sus supuestas conquistas:
–Eres una niña todavía que no ha aprendido a gozar de los cuerpos, ven.
La trato con ternura, delicadeza que llevan los que se lanzan por primera vez al amor. Estar con una mujer es algo delicado y tierno, incluso la violencia desenfrenada es más suave sin perder por ello intensidad. Beso sus ojos, su cuello, la acaricio suavemente hasta que siento que se deja. Mi lengua la hace estremecerse, luego cierra las piernas y llora. La abrazo después del orgasmo, no hay nada mejor que el abrazo después del amor.
–¿Qué piensas hacer cuando te gradúes?
–Quedarme en La Habana.
–Pero, ¿no me dijiste que te anulaban el diploma?
–No me importa, ¿después de haber vivido en La Habana por cinco años qué puedo hacer en mi provincia? Un lugar donde el único punto de encuentro es el parque. Solo hay un teatro, un cine que apenas funciona. ¿De qué vive un artista en provincia?
Sentadas frente al teatro Amadeo Roldán trato de convencerla de que no debe seguir conmigo:
–No soy buena para ti, soy demasiado promiscua, todavía no sé lo que voy a hacer con mi vida.
La desafío con mis costumbres mundanas y, para demostrarme su entrega, camina descalza, con sus piecitos muy limpios y bien cuidados, alrededor de la fuente seca del parque. Regresa sonriente como quien ha crecido de pronto y tarde en la noche me dice:
–A esta hora no puedo regresar a la escuela.
–Vamos a mi casa –y dormimos juntas otra vez; hablamos de la muchacha que duerme en su misma litera–. Te gusta ¿verdad?
Debo dejarla libre. La dejo libre: no tengo nada que ofrecerle. Es limpia, es ordenada, es una niña todavía cuyo único y verdadero problema es sacar buenas notas para que el sacrificio de los padres no sea en vano. Amo su cuerpo frágil, sus ojos verdes, me gusta su olor, amo su inexperiencia en el sexo. Soy un casanova excitado con la fragilidad del otro. La visto despacio. Sus jeans, ajustadores, camiseta, medias y zapatos deportivos comprados por papá y mamá. La peino y ella frente al espejo, me mira. Es una niña. Dios mío, es una niña.
–Que tengas un buen día –se va a la escuela y yo al trabajo.
En la tarde del Loynaz hay mucha gente. Recital de poesía. Los poetas leen, desganados, sus obras. Algunos escuchan, otros duermen y siempre hay quien aprovecha para hacer vida social y saciar su hambre con el escaso buffet que se agota demasiado pronto. Salimos juntas y al cruzar la calle ella me señala el círculo infantil justo frente al Centro Dulce María Loynaz. Le gustan los niños. Los niños juegan y en la puerta un cartel con el nombre del lugar: Futuros comunistas. Ella mira los niños y yo miro el cartel. La abrazo, siento enormes ganas de besarla.
–¿Qué te pasa? –me pregunta.
–¿Viste el nombre del círculo?
Se ríe. Odio su risa de joven no-comprometida, amo su risa de niña ignorante: ninguna de las dos variantes nos lleva a parte alguna.
–Vamos a mi casa, a estas horas no hay nadie, quiero hacerte el amor.
El 30 de abril los estudiantes salen de la beca para no verse obligados a la marcha del primero de mayo. Se quedan en casa de sus amigos, en un parque: jóvenes atomizados por toda la ciudad: vías alternativas para vivir a su manera y no obstante, llegar a salvo. Cuando el decano llegue a las dos de la madrugada a despertarlos encontrará sus literas vacías, no la encontrará a ella tampoco, ella está conmigo. Llega con su cara triste y no le pregunto nada porque sé que no está bien. La muchacha rompió su corazón de niña. Me pide que la abrace. La abrazo. Ella comienza a contarme de los novios que tuvo la otra cada vez que se peleaban, hasta durmió con ellos en la parte de abajo de la litera. Presiento que sus ojos están húmedos, no la veo en la oscuridad de la habitación pero siento temblar su cuerpo. Ha estado con mucha gente y pasa por delante de su cara como si nada. Se han separado miles de veces, ahora, cuando le habla, ella siente náuseas, no puede evitarlo, siente náuseas.
–Me enamoré como nunca antes… estoy tan triste. Nunca más voy a querer a alguien así. Gracias por dejar que me quede aquí contigo, gracias por escucharme… abrázame.
Y la abrazo. Me erotiza su fragilidad, su dolor, me excito al tomar conciencia de que ella no quiere nada conmigo, solo vino a dormir y a que yo la consuele un poco. Acaricio su cabeza y le doy pequeños besos en el hombro. No le hago el amor, tampoco me masturbo. Sería como andar sobre cristales rotos.