¿Por qué te burlas de Yusimí?

[¿Y por qué usaste el nombre de Yusimí?, preguntó en abril de 2014, alguien que así se llama. Un comentario que descubrí tarde y no llegué a responder, pues la revista Cuba Contemporánea fue borrada, con un simple click, del mapa virtual. Lo elegí porque este tipo de nombres es muchas veces motivo de risas, burlas, comentarios, críticas lapidarias a estos nombres «inventados» por los padres cubanos que llevan a sus portadores a justificar el por qué de ellos, la historia que hay detrás, como una carta de presentación que, pura y dura resignación ante su estigma, no logrará borrar totalmente la imagen tantas veces peyorativa que de su persona se forma, ante el recién conocido, de solo pronunciarlo. Quizás, también, porque evoca en su pronunciación un juego con el inglés, you see me, que se me antojaba subliminal antídoto para este mal: ¿tú me ves realmente como soy? Mal que aqueja a no pocos cubanos, dentro de los que me incluyo.]

¿Por qué te burlas de Yusimí?

 

Si Yusimí ha decidido raparse la mitad de la cabeza, ser vegetariana, afeitarse las cejas, ponerse un piercing en el ombligo y pintarse las uñas de negro. Si además va por el mundo con los pelos que le quedan teñidos de azul, falda corta y sin meterse contigo porque, a fin de cuentas, eres un extraño en su vida, entonces dime: ¿por qué te burlas de Yusimí?

Sí, debemos reconocer esa mala costumbre de burlarnos si Yusimí es bajita, flaca, durita o afectada al hablar. Si se viste diferente, piensa por sí misma y no le gusta el sexo opuesto. Si tiene los dientes botados o las orejas grandes. Si es callada o gritona. Si es fea, gorda, lenta. Si es extranjera, trae gesto bobo y no entiende el español.

En todo grupo, sea de la edad que sea, tendremos al bravucón, al inteligente, al tímido, a la “salidita del plato”, al que no se entera, a las chismosas, al niño de mamá –a quien no dejan salir a ningún lado-, al fortachón, al bonito, y al chistoso que se burla –sin permiso ni piedad- de Yusimí.

Este lunes mi letra de molde pregunta al chistoso: dime, ¿qué sientes cuando te burlas de Yusimí?

¿Qué cubano no ha arrastrado en algún momento de su vida –breve o no, pasajera o no- esa fea estela que deja en nosotros la burla? Levante la mano el que no se ha burlado nunca en la escuela primaria, secundaria, en la beca, en una calle del barrio. Reconozcamos que la burla en Cuba, de tan practicada, se ha convertido en penosa página de nuestra idiosincrasia.

Y sin embargo nunca pensamos en que los estragos de la burla no terminan cuando se apaga la risa, porque hay gente que –según la gravedad del abucheo- se la lleva consigo para toda la vida. Entre la mayoría, no obstante, la asumimos como una “oportunidad” para enmendarnos: “No te vistas así, se van a burlar de ti en la calle, en la fiesta, en la escuela. Después no me digas que no te advertí”.

Hace unos días alguien bromeaba, a propósito de esa campaña contra el bullying que se está haciendo en muchos países, diciendo que “los chamas cubanos están escapa´os en eso del bullying” y alguien les frenó: cuidado, no olvidemos que nuestras becas también callan historias con finales lamentables.

¿Cuántas historias guardamos en el más absoluto silencio de nuestras conciencias? ¿Cuántas vergüenzas no alivia –para algunos- solo el paso de los años y el olvido? Aún así, no aprendemos. Aún así seguimos burlándonos cuando ella pasa con sus muslitos flacos y con sus pelos azules. ¿Alguien se ha puesto a pensar en qué habrá sido de la vida de Yusimí?

¿Travesura de niños? ¿Boberías de adolescentes? ¿Frases ingeniosas de mi-niño-lindo-qué-ocurrente-y-gracioso-eres? No, con el tiempo y la práctica, también de ahí sale el derecho que nos arrogamos para meternos en los asuntos del otro –aún cuando el otro sea un perfecto desconocido:

Los cubanos que están jugando dominó en la esquina le dirán a Yusimí: “¡Vaya, loca azul!”; los adolescentes cubanos soltarán sus risotadas y alguno tirará una foto con el celular; las cubanas señoras mayores -tan correctas ellas- se darán un codazo, señalarán con el mentón enarcando las cejas y murmurarán: “esta juventud de hoy está perdida”; algún chofer cubano sacará la cabeza y, con el auto en marcha, le chiflará; y si alguien…

Si alguien –cubano o no- osara defender a Yusimí, al momento se escucha la “justificación” de siempre: “nadie la manda a vestirse así”. “Nadie la manda a ser tan fea”, “nadie la manda a llamar así la atención”, “Nadie la manda a ser tan gorda, tan bruta, tan creyente, tan extranjera”.

Mi letra de molde pronuncia despacio, a ver si lo pensamos mejor: ¿entonces-la-culpable-de-tu-burla-es-Yusimí?

Del bullying cubano salen nombretes que se nos quedan la vida entera, salen costumbres que se arraigan -y se aplauden- hasta un buen día en que, si estás sentado en una butaca de teatro o mesa de cabaret, descubres que, no solo el cubano en general, sino la mayoría de nuestros humoristas hacen “humor” con tu calva, tu cara, tu orientación sexual, tu barriga de cerveza, tu defecto, tu diente de oro. Dime, ¿cómo se siente ser Yusimí?