¡Han secuestrado a mi hermana!

Hoy les confieso que puse este título con toda intención. Sabía que la gente vendría corriendo a leerlo aunque la conexión sea tan lenta pero tan lenta que demora un siglo en cargar, porque basta media vez que salga un titular de estos, con una buena dosis de intriga para que todo el mundo quiera leerlo. Porque ahora sí, se formó…

 

¡Han secuestrado a mi hermana!

 

Días atrás secuestraron a mi hermana, pero no se preocupen, nos la devolvieron enseguida. Fue un chofer de almendrón que, al parecer, quedó encantado y decidió no parar hasta el semáforo del Hospital Pando Ferrer –la Ceguera–, donde dejó al resto de los pasajeros y a ella la trajo de vuelta minutos después, vivita y piropeada. No le cobró el pasaje y la invitó a salir. Mi hermana, al principio, se resistió. Después, ya no tanto.

Ah, esa manera ocurrente –la mayoría de las veces– que tiene el hombre cubano de flirtear con la mujer cubana. Esa manera salpicona de la mujer cubana para responderle al hombre cubano. ¿Quién tiró la primera piedra, el hombre que dijo aquello o la mujer que se vistió así?

Verdad es que a veces se pasan de la raya, dicen groserías que una tiene que aguantar –o no–, se atraviesan en el camino cerrando el paso, le hablan a una al oído o miran insistentemente, como quien desnuda con el pensamiento. Los menos creativos soltarán los archiconocidos “Si cocinas como caminas, me como hasta la raspa” o “Mira para eso, yo no sabía que las flores caminan, tú”.

“Te lavo, te plancho, te cocino, ¿quieres ser mi novia?”, la lista de piropos cubanos es larga, es creativa, crece con el tiempo y las ocurrencias, pero también es un medidor personal. ¿Cuántas veces salió una de casa medio atormentada y al tercer piropo confirmó que, caramba, “hoy tengo el bonito subío”? ¿Cuántos hombres no se graduaron de don Juan cuando la muchacha, al final, les sonrió? O mejor aún, cuando les dio el teléfono.

“Estás como Santa Bárbara, santa por delante y bárbara por detrás”, “¿De qué jardín te escapaste?”, “Mamá, le cambio su hija por dos cajas de cerveza y por mi papá”, “Lo único que no me han dicho tus ojos, es tu nombre”, pero, ¿qué dicen los ojos de un hombre cuando una mujer les dice un piropo?

Recuerdo un día en que, al no poder entrar a la tienda Trasval y contrariada ante el “mami, se fue la luz” de la encargada del guardabolsos, iba yo protestando en voz alta qué-mami-ni-mami-si-ella-no-me-conoce cuando pasé por delante de un cocotaxi y vi aquel mulato con los ojos más verdes que ojos humanos hayan visto. Aquello me salió tan espontáneo, tan dulce, tan… orgánico: ¡Ay mi vida, casi me matas con esos ojos tan lindos!

Se le apagó el motor. Palideció su rostro. Estoy segura de que no dio marcha atrás porque era imposible, había autos esperando detrás de él para incorporarse a Galiano. Y a mí, se me pasó el berrinche y me ganó la risa porque me detuve frente a él unos segundos y le dije aquello, honestamente, sin pensar.

Pensé después, camino a casa. El hombre cubano, allí donde suelta el piropo de manera tan espontánea, pocas veces está listo para recibirlo. ¿Machismo? ¿Prejuicios? ¿Timidez? He oído de algunos que hasta han perdido el habla y se han alejado casi corriendo porque ¡las mujeres en Cuba están acabando!, aseguran.

Si nos fijamos bien el piropo puede ser, incluso, autodireccionable: “Es que, imagínate, yo soy un cañón”, justifica mi hermana, entre carcajadas familiares, la porfía del taxista. Y en eso mi vecina sufrió un jalón del recuerdo y confesó aquel piropo dudoso que le subió la cuenta de los años –hace varios años– mientras esperaba la 222: “Eres como la historia antigua, vieja, pero interesante”.

¿De dónde sale el piropo cubano? –pregunta, intrigada y pícara, mi letra de molde.

De la telenovela: “Niña, saluda a tu novio”; de un tema de los Van Van: “Mira para eso, ¡verdad que La Habana no aguanta más, caballero!” o de las Anacaona “¡Llora si te duele!”; del hospital: “Eres un colirio, mi cielo”; de la necesidad: “Después dicen que en Cuba no hay carne”; de la religión: “Princesa, que Dios te bendiga”; de los cursos de superación: “Pequeña, eres una inquietud artística”.

El piropo cubano –ese, el comedido y de porte ingenioso– nace de esa manera nuestra espontánea y alegre, nada tímida para el sexo, accesible, amistosa, pasajera y ocurrente. Aparece en boca de cualquiera, en cualquier esquina, a cualquier hora del día. A pie, en bicicleta, en la guagua y hasta en un almendrón que se pasa unas cuadras de más para luego traerte de vuelta con la autoestima alta, la sonrisa en los labios y esa invitación que eres libre de aceptar.