Making of (10)

No sé si aquellos tiempos te sirvan para algo, ya te dije, ni los considero parte de eso que he dado en llamar mi existencia inútil. No teníamos un medio, a veces ni podíamos coger la guagua y teníamos que caminar hasta tres kilómetros para llegar hasta la biblioteca porque ni la moneda para la guagua ni dinero para el almuerzo entonces no había ni almuerzo ni guagua y tomando agua de un bebedero en pésimas condiciones. Las aguas del subdesarrollo me tenían tan flaca que daba lástima.
Si pudiera pintar haría un cuadro sobre aquella sala de puntal alto con pequeñas claraboyas por donde se divisaba el verde de los ocujes inmensos que abrazaban la biblioteca. La disposición de los anaqueles, castigados contra la pared, hacía de aquel espacio un amplio salón. Íbamos allí y era ese todos los días que hace una familia con los que te rodean, y estudiábamos juntas, y leíamos poemas. Creo que fue uno de los mejores períodos de mi vida, y pensar que pasó todo tan rápido. Cuando Alicia estaba en mi vida yo vivía en el país de las maravillas, era muy fácil porque Alicia era una persona que me alcanzaba la sonrisa, la alegría de vivir y para ella todo era posible y yo me contagiaba con eso, me dejaba llevar. Ella me convencía de que este país iba hacia alguna parte, que estábamos a punto de conseguirlo. Se paraba a hablar con la gente en la calle, a acariciar a los perros, le encantaban los niños y sus planes eran tan sencillos como tener un librero grande incluida una enciclopedia de tapa dura, un perro, una pecera y un jardín con muchas plantas. Nos pasábamos horas sentadas frente al mar y compartíamos los libros, las tardes, la escasa comida que podíamos pagar entre las dos. A veces me sorprendo extrañando aquellos días como se extrañan los mejores tiempos y debo admitirlo, aquellos fueron los mejores tiempos[1].
Quizá debí haber insistido un poco más con la Historia, no sé, según mi tesis personal el mayor error de los tiempos fue la muerte de Martí. Si Martí no hubiera muerto la guerra del noventa y cinco habría tenido una suerte bien distinta y a lo mejor la Cuba de la República nos hubiera ofrecido un mejor legado, y hoy seríamos otra cosa, tal vez mejor, tal vez peor, pero me atrevería a decir que seríamos algo más definido. Ahora reconozco dolorosamente que, después de graduarme, yo, al igual que mi generación, dejé morir a mi Martí y mira adónde he llegado. En este país que soy también reina el desorden, la desesperanza y la apatía disfrazadas de carnavales. Pero Alicia era, cómo decirte, alguien que se alegraba de que yo existiera, se alegraba a pesar de todo y de mí misma, que ya es mucho decir. No recuerdo otra persona que se haya alegrado tanto y que de manera tan pura haya tratado de sacar a flote mis alegrías. También tienes alegrías me decía Alicia y me miraba fijamente con esos ojos grandes y negros llenos de ternura, eres tú quien no las dejas salir. Salíamos juntas al cine, al teatro, estábamos juntas en los exámenes y se quedaba en mi casa cuando se le hacía tarde y yo no la dejaba regresar sola a su casa. Oíamos música, Varela y Polito eran sus ídolos, esas viejas canciones de cuando ellos tocaban con el corazón y no con los instrumentos, me obsesioné con los inciensos y despertábamos abrazadas al otro día. Yo le escribí miles de poemas a Alicia, una de las personas más importantes de mi vida y la única que podía decirme las verdades en la cara. Según ella yo no le ponía empeño a mi vida, iba con la derrota de antemano. Alicia siempre fue fiel a su pasión porque aunque se cansó de intentar cambiar el mundo, terminó dedicada en cuerpo y alma al teatro. Dejó de hablarme cuando se enteró que yo había empezado en el negocio de las flores. La verdad, para mí vender flores es un empleo como otro cualquiera, o mejor dicho, es uno de los mejores empleos porque, de las flores, las más agresivas son los príncipes negros y para eso están los  periódicos de este país, para no pincharse los dedos con un ramo de rosas.
[1] La última vez que me encontré con Alicia odié a este país por primera vez en mi vida. Yo iba a entregar unas flores que me habían encargado, era de tarde y la luz estaba especialmente bella aquel día. Y apareció a mi lado como por arte de magia, pero no era una ilusión, era Alicia, solo que con unos ojos negros ahora sin brillo alguno, tan descreída que me dejó sin palabras. Yo pensaba que este país nunca podría derrotar a alguien como Alicia.