Inventario de curiosidades

 

[Otro personaje que ya no está en Cuba. Viejo amor que arrancó varios de mis mejores momentos íntimos. Ahora, al releerlo, siento como si lo extrañara otra vez, y extrañara, de paso, la que una vez fui. Ninguno de los dos existimos más de esta manera que ha quedado retratada aquí. Dato gracioso: una lectora muy curiosa me hostigó durante un buen tiempo a fin de saber quién era, e intentó con varios nombres hasta que se dio por vencida. Querido personaje, espero que allá adónde te has ido seas todo lo que estabas destinado a ser cuando nos conocimos.]

 

«Inventario de curiosidades»

 

…cuando yo vine a este mundo,
nadie me estaba esperando.

Nicolás Guillén

 

 

Curiosidad # 1

–Debo confesarte algo: me gustan tus pies.
Lo dice pero no me mira de frente, juega con mi llavero y mueve las piernas nervioso. Mira hacia todos lados, teme encontrarse con alguien conocido, o peor, que alguien conocido lo encuentre aquí. Tomamos cerveza, el nerviosismo disminuye y me toca las manos.
-Tengo ganas de besarte, me gusta tu olor, aquella noche a media luz no pude verte bien, tengo ganas de tocarte, es curioso, hemos empezado al revés, primera vez que hablamos, esto me parece increíble, no me lo creo todavía, de verdad, no estaba en mis planes, no de esta manera.
Amo lo de niño que hay en él (pero no se lo digo), me inspira ternura. En la vitrola [1] del salón unos muchachos escogen un tema de los Fórmula V, él se ríe:
–Qué cheos ¿verdad?
Nos mudamos al salón contiguo (no estoy segura si huimos de la música o de la gente conocida). Al pasar los muchachos me guiñan un ojo, sonrío.
–Es bueno no saber cosas de una persona, así lo sorprenden a uno –le digo.
Si piensas que algo será bueno, si lo piensas antes de vivirlo, bueno será –me responde.
Llega alguien conocido, alguien que me conoce, voy a su mesa y la saludo.
–¿Nos vamos? Esta ciudad es demasiado pequeña, detesto encontrarme gente a cada paso. Miro a todos lados y siempre, siempre hay alguien conocido[2]. Vámonos.
Caminamos como dos adolescentes jugando a que no pasa nada.
No hay una escalera, una maldita escalera para poder besarte de una vez.
Sería curioso, rentar una escalera, pienso.
¡Señora, por favor –grito yo–, le alquilo su escalera por dos minutos para que este hombre comprometido pueda besarme sin ser visto!
Sonríe, estoy parada en medio de la calle y él[3] sonríe… amo su gesto de niño.
–Me gusta oírte hablar –dice mientras aprieta mi mano con fuerza.

Curiosidad # 2

Me da pena contigo. Espera aquí para que no te veanno creo que sea a mí a quien cuida pero me quedo ahí, para que no me vean–. No es el lugar que yo preferiría pero al menos podemos estar solos.
No me mira de frente, trae dos vasos de cerveza. Se burla de la decoración: color gastado de las paredes, afiches con parejas mirándose a los ojos: nidito de amor.
He venido otras veces y hay un mejor lugar pero ahora lo están arreglando, me ofrecieron este espacio para necesitados poco exigentes.
No me lo esperaba, él habló de un lugar tranquilo para conversar y oír música sin ser vistos, pero claro, cómo no imaginarlo:
Estamos a tono con el lugar ¿no crees?, este es un lugar usado, vivido.
Le gustan los espejos, o mejor, nuestros cuerpos desnudos en los espejos. No nos miramos a la cara, miramos nuestros cuerpos a través del espejo. Sus nalgas suben y bajan entre mis piernas, después de todo no están mal, mis piernas. Luego me acuesto sobre él, boca arriba y me manosea, empieza a hablarme de aquel día, de lo bueno que fue. No estaba planificado, no de esa manera, ella quería estar con los dos y quisimos complacerla.
Nunca pensé que fueras así, he leído tus libros, te he leído muchas veces desde entonces –me susurra.
Yo también lo recuerdo, empiezo a decirle al oído las cosas que hicimos la última vez que estuvimos juntas, él la mete entre mis piernas y se mueve, yo sigo hablando, de lo que le hice a ella con mi boca, de cómo gozó y gritó-estremeció al final.
Qué rico mami y nos vinimos otra vez.
Lavar los cuerpos. Vestirse aprisa, ya son las cinco. Es tarde, no iré a mis clases de francés. Salimos a la calle. Rumbos contrarios. Ella lo espera en casa, no puede demorarse más.
Si no fuera tarde te acompañaba a casa –me dice.
No es necesario.
–¿Podemos vernos otra vez?
¿Qué importa lo que pase mañana? La eternidad es aquí y ahora… y tú ya tienes que irte.
Lo dejo en la avenida. Camino despacio, sin mirar atrás. La luz del sol cae lentamente y me paro en el semáforo para pedir botella. Tráfico, gente, polvo, ciudad… me duele el sexo, puedo recrear las paredes de mi vagina por el dolor que la recorre. Si no vives, la vida se te muere dentro, el dolor te recuerda que estás vivo. El aire que entra por la ventanilla es caliente, otros cuerpos a mi lado, todos miran por la ventanilla en silencio: se acaba el día. El chofer mira adelante, frena en el semáforo:
–…me quedo, gracias.

Curiosidad # 3

Me llama por teléfono el domingo.
Estoy cerca, quisiera verte ¿me das tu dirección?
Al recibirlo me dice que ha traído un poema de Nicolás Guillén, poema que resulta ser tres gladiolos. Una vez dentro su mirada recorre mi cuarto: cuadros, paredes, mi bóveda espiritual.
–Tu cuarto habla muy bien de ti. ¿Te gusta Dulce María Loynaz?
Muchísimo.
Eso me ayuda a entenderte, a conocerte mejor, qué bueno que te guste tanto así, ¿sabes tocar la guitarra? –me dice mientras levanta mi guitarra blanca del atril.
Esa es mi gran frustración, pero no se lo digas a nadie.
Sentado en la silla da vueltas y vueltas, desafina la guitarra y lo mira todo. Yo lo miro a él. Un hombre perdido en mi habitación, reconociéndome en mi habitación. Me mira con asombro, trata de retener cada uno de mis gestos, gestos a los que nunca antes prestó atención y, sin embargo, yo solo veo un hombre entrometido y curioso, no es para mí otra cosa que un amante fuera de su tiempo y lugar, un niño irrespetuoso que toma un vaso de agua y se va[4].

Curiosidad # 4

El agua sorprende a la orilla y nos moja los pies. Canto una canción a lo Ana Belén… Regrésamelo todo, corazón, cuando tengas un tiempo. Sonríe. Su mirada sobre la única línea que se disputan el mar y el cielo. El rojo rompe tras las nubes a lo lejos y él me abraza: abrazo largo.
–¿Te imaginas un apartamento para nosotros dos aquí, frente al mar? [5]
No respondo su pregunta, me sorprende tanta ingenuidad de su parte. Después de unos segundos le pregunto yo:
–Si tuvieras que pintarme de un color ¿cuál escogerías?
–Azul, aunque me vería obligado a usar varios tonos. A veces te mueves en tonos muy oscuros; otras, por el contrario, sueles ser tan tierna que tendría que pintarte de un azul muy claro –después de una larga pausa continúa–: Me gusta mucho ser tu amante, si algún día ya no lo quieres así, al menos me gustaría seguir siendo tu amigo.
A medio desnudar dentro del auto. Infraestructura emergente del placer. Besa mis tetillas, ordena; y las luces de otros autos abanican el espacio a través de las ventanillas. Su mano en mi cuello, mira mis ojos y yo me abandono como una puta en plena gimnasia sexual. Una puta gratis, pagada con el placer del otro. Después de él me vengo yo, así, con su pene semiblando y aliviado, después de su risa de macho complacido.
Me lavo en el mar y le canto a Yemayá. Él corre tierra adentro para salvarse de la ola que se estrella contra mis rodillas y me moja toda. Yo canto más fuerte, más fuerte.
Tarareamos una canción mientras me regresa en su auto.

Curiosidad # 5

Nos comunicamos por correo electrónico. Él me manda un poema, «Son los ríos», y dice que quiere verme hoy.
Yo juego con el título y con el poema (con o sin permiso de Borges):

«Soy el río»
y este río que soy fluye hacia ti
y mi agua no te moja dos veces
no es la misma agua
sino otra
que se cruza contigo bajo el puente;
nunca un vano río prefijado
más bien el agua mía que te baña y se aleja (no mira atrás)
y sin embargo hay algo.

Hoy no es un buen día para vernos. Tengo el cuerpo derrotado, no profeso la energía para ofrecerte un buen encuentro. Hoy prefiero estar a solas, alejada del mundo. Espero sepas comprender, adorable desconocido.

 

Su respuesta[6]:

Yo, que no guardo rencor, tengo rencor del tiempo.  Rencor del tiempo que pasa sin verle. Sin embargo, entiendo, criatura exquisita, que usted quiera y necesite estar con toda su humanidad a solas, aunque quizás sea más exacto decir no alejada, sino más bien con el mundo dentro, dentro de usted.
Si usted tiene a alguien del tamaño y de la hermosura de usted, hace bien estando a solas, ahora mismo no concibo mejor compañía. Usted con usted misma. Una verdadera maravilla.
Aguardaré entonces, expectante y discreto, una ocasión en que, besándola, reciba toda la fiera, desesperada, violenta ternura de su cuerpo.
le besa, suavemente,

Curiosidad # 6

Me muevo sobre él lentamente mientras escuchamos Aute (yo lo escucho por primera vez)[7]. Restos de comida sobre la mesita de noche, una cama en una habitación pequeña y Aute que canta para nosotros dos. Miro sus ojos mientras él está dentro de mí. Lo disfruto mucho. Sé que intenta grabar mi rostro, mis gestos en el momento del placer. No es el sexo por el sexo: es la entrega a su persona y yo disfruto que me mire, es mi forma de decirle: soy tuya. Ser del otro, saberse poseído, vulnerable. Amar el dominio que el otro ejerce sobre uno, prolongarlo desde el placer. Estoy con un hombre a solas, en una habitación, los dos desnudos, y le hago el amor muy despacio.
Oímos la música que trajo: jazz. La luz de la vela proyecta nuestros cuerpos sobre la pared.
Desconocido, amo su sombra y todo lo demás sonríe. Esa música me hace pensar en mi imagen preferida. Ahora mismo podría abrir las ventanas y ver la ciudad en plena madrugada. Las luces a lo lejos, lujuriosa vida nocturna.
Vamos a ver me dice extendiendo la mano. Y nos paramos junto a la ventana abierta. No vemos el edificio que se alza ante nuestros ojos, no, vemos la bahía. Él me señala las estrellas y yo le hablo orgullosa de aquel barco inmenso que llega muy despacio y… anuncia su llegada, pleno de luces: entra al puerto.
Bailamos desnudos y luego me recuerda:
Se hace tarde…

Séptima y última curiosidad

Bordeo el parque despacio. Cada vez camino más lento, quiero caminar más lento. Ayer lo vi en el televisor hablando de política. No era el mismo hombre, no, conmigo nunca habló de desorden social ni planificaciones, estoy fuera de su política, no existo en su política. No sé si fue mi falta de erudición al respecto o que yo era su escape de la realidad. Ese en la pantalla era un desconocido que hablaba de ética y en algún punto de la entrevista confesó que era un hombre fiel. Los niños juegan alrededor de los aparatos del parque, algunos montan carriolas, otros bicicleta y la mayoría corre y grita, qué otra cosa podrían hacer los niños en un parque. Uno de ellos, muy pequeñito de pelo negro salta de pronto, se cuelga de su cuello, él sonríe, le hace cosquillas y corre tras él. Me detengo tras los árboles, quiero pretender que no me escondo pero en verdad me escondo. Yo amaba al hombre y ahora amo al padre, al padre que, ante mis ojos, un poco vuelve a ser niño. Amo la inocencia que le impulsa a correr otra vez, a no pensar en otra cosa, ni siquiera en la política, y me escondo; quisiera no estar pero ver, verlo ahora y siempre cuando ella se acerca sonriente: un hombre desconocido respondiendo su abrazo… con una fuerza extraña. Verlos caminar hacia el auto y recibir su saludo de lejos, con la mano alzada como quien saluda un conocido encontrado al azar. Responder a duras penas, caminar despacio, abandonar el parque.

 

 

[1] Era un vitrola moderna y su comentario fue: no hay nada como las vitrolas de antes, si fuera de esas de seguro te pondría algún tema especial, con esta no vale la pena. No le respondí, pasé por alto su comentario.

[2] Este hombre es bastante conocido en el mundo intelectual, de ahí la paranoia constante con que la gente pueda reconocerlo.

[3] Su nombre no se refiere aquí por motivos de seguridad (seguridad para él), su esposa podría descubrirlo.

[4] Esta fue la única vez que entró a mi cuarto. Nunca lo invité, nunca invito a los hombres a mi cuarto.

[5] No respondí esta pregunta. Fue el parlamento más significativo de nuestro breve diálogo, por la implicación sentimental que conlleva. Tiempo después me di cuenta que solo era sentimentalismo emergente.

[6] Se refiere el texto íntegro. Sus palabras junto a las mías en este afán de contar algo real.

[7] Esa noche me entregué, una entrega finita y consciente, concebida casi desde el egoísmo pero al fin y al cabo, una entrega.