Té de coca

 

[En el año 2007 me pasaban factura lo mismo historias de amor y desamor que la precaria economía, el tedio de un trabajo de oficina que una infección en los riñones que me lanzó una semana a la cama. Al no tener computadora propia para escribir, debía conformarme con una laptop prestada (probablemente el primer modelo que salió al mercado y que apodé Frankie) cuya batería no funcionaba y perdía grandes fragmentos de cuento en cada apagón habanero. No obstante, entre soledades y depresiones, parí un segundo libro: Cuerpo Público, hijo pródigo que me valdría lo mismo miraditas seductoras que cómplices, claras miradas de reproche y hasta de asco, retahíla de preguntas de curiosos lectores que creían identificar a cierta persona de la vida real con cierto personaje. Toda mía la responsabilidad, lo reconozco, por la nota introductoria: Cualquier coincidencia entre estas historias y la vida real, es real… Este cuento fue el primero en salir y supe lo que quería: un libro de cuentos que coquetearan con lo íntimo-sin censuras de un diario, narrado con sinceridad, donde el cuerpo funcionara como vehículo para apuntar ciertos temas colocando a los jóvenes como lo que son, actores en nuestra sociedad de hoy.]

«Té de coca»

Tengo algo maravilloso en mí,
y quiero darlo

Elena Poniatowska
«Tinísima»

Él dejó la ventana abierta. Se fue al trabajo y a través de la ventana abierta entra el sol de la mañana. En la cocina del vecino se oyen ruidos de cacharros, alguien ha encendido el radio, el vecino fuma y mira por la ventana mientras está el café, mira a lo lejos ¿habrá dormido bien? Me visto sin hacer ruido para no despertarla. Aparto los vasos sucios que hay encima de la mesa y garabateo un poema en un papel arrugado… inclinada estoy sobre tu vida, como el sauce sobre el agua. Me llevo las tres chapas de botella para recordar que, de algún día ser solo dos, no estaría yo presente. Cierro la puerta despacio.
La luz del día me hace entrecerrar los ojos. Edificios descoloridos me reciben al llegar a la acera, arquitectura emergente. Un gran charco de agua pestilente en medio de la calle y yo lo bordeo con cuidado levantando mi saya. Paso junto a una mujer con un niño en brazos. Me mira fijo: mujer negra, treinta y tantos años con un hijo chupándose el dedo, a horcajadas sobre su cintura, ropa vieja sobre su cuerpo maltratado y me mira fijo, su cara me grita: inmoral, sé lo que hicieron ayer, oí los gritos porque mi ventana da al patio de ellos. Oí los gemidos y las cosas asquerosas que se decían al oído, eres un ser despreciable. Llego por fin a la esquina y sigo por la avenida principal. Ahora todo el que tropieza conmigo me mira de la misma forma. Se alza un coro horrible, desafinado, voces a destiempo: indecente, perra, bruja, cochina, mira lo que hiciste. Alguien escupe ante mis pies, cachonda, mami tú lo que necesitas es un negro entre las tetas para que aprendas a respetar, puta, puta, puta…
Llego a casa y después de una ducha me voy a la cama. A lo lejos oigo música, ruidos del día que recién se levanta. La luz entra inevitablemente por las rendijas de las ventanas, la luz que viene a recordarme lo sucia que soy. El mensajero suena el silbato y mi madre sale a recoger el pan. Después tomarán el desayuno juntos, ella y mi padre, apenas sin hablar, mientras yo caigo en el sueño de los impuros.

Colocamos el mantel sobre la alfombra: mesa para tres. Arroz con pollo y ensalada de tomates. Brindamos con tres botellas de malta por la amistad que nos une desde hace seis años. El ambiente es fresco y agradable. Ella cocina muy bien, cosa que le envidio. Mientras esperamos a que él encienda velas miro la casa una vez más, Sabina canta yo no quiero un amor civilizado… Me gusta la casita de ellos dos, en algún momento llegó a ser mi ideal de casa, me imaginé muchas veces construyendo algo parecido e incluso, siendo feliz. Ya no, ahora soy un comodín entre los amigos, así mismo, una carta que puede ser eso, cualquier otra carta pero nunca ella misma. La comida pasa entre risas, miradas, comentarios sobre lo moral en la sociedad de hoy, luego él nos lee un poema de Fayad Jamís.
–¿Quieres probar un té de coca? –me pregunta.
Y acostados en la cama vemos una película alemana: Los educadores. El aire acondicionado enfría la habitación: colcha sobre nuestros cuerpos que se calientan poco a poco sobre la cama. Ella apoya sus pies sobre mis muslos mientras él se va a trabajar, esta película la ha visto demasiadas veces; sentado en la sala se inclina sobre los papeles, busca líneas viudas al final de la página, huérfanas al principio, palabras cortadas: cualquier detalle que pueda verse mal una vez impreso el libro. Es un tipo inteligente, detallista y de mente abierta. Con esmero de hombre delicado pasa una lupa sobre las cuartillas que revisa.
Ella se ha quitado los espejuelos. No mira al televisor, me mira. Los diálogos en alemán pierden sentido, no veo los subtítulos porque no estoy mirando la pantalla del televisor, tampoco hablo alemán: ella sobre mi cuerpo hasta que él nos interrumpe:
–¿Quieres otro té?
Mientras lo prepara trato, en vano, de retomar el hilo de la historia. Después de los créditos se hace tarde, debo regresar a casa. Ella bajo la colcha me mira con ojos lujuriosos:
–¿Por qué no te quedas y dormimos los tres abrazados?
No es difícil convencerme, sobre todo si me lo pide ella.
Su cuerpo desnudo entre él y yo. Mi lengua sobre su cuello, senos, ombligo, yo cayendo dentro de una mujer, lamiendo con fruición entre sus piernas y él masturbándose parado junto a la cama, él y yo no nos miramos, nunca nos vimos desnudos, quizá nos imaginamos alguna vez pero no nos vimos. Él le pregunta algo y yo solo alcanzo a escuchar la respuesta: ella sabe dónde. Después de su orgasmo froto mi sexo contra el suyo, nos besamos, él susurra: increíble… y se masturba. Está con las piernas abiertas sobre la cama. Ella mueve sus dedos entre las nalgas de él. Paso mi lengua sobre su pene, abro mi boca y él lo goza, sus manos sobre mi pelo, sus manos que nunca antes me tocaron salvo en el hombro al saludarme. Nunca he besado a este hombre, pienso mientras paso mi lengua por su glande, ni siquiera he rozado sus labios y ahora estoy con su pene en mi boca, un hombre jadeante, indefenso, desnudo entre dos cuerpos de mujer. Un hombre satisfecho y derrotado fuma un cigarrillo: ella entre nosotros dos.
Ella duerme tranquila pero yo no, no puedo, el té ha alterado mis sentidos y no logro conciliar el sueño. Él sigue enfrascado en su trabajo hasta que por fin se acerca a la cama y nota que estoy despierta.
–¿Tampoco puedes dormir? –me pregunta.
–No, creo que el té me desveló –. Hablamos bajo para no despertarla.
–¿Qué te pareció la película? ¿Te gustó?
–La verdad sí, aunque no creo que proponga muchas soluciones.
–Al menos señala los problemas, ¿no te parece suficiente?
–Eso hacemos desde hace años, bien lo dicen ellos cuando hablan del movimiento hippie, pero hasta ahora no se resuelve nada.
–Es la dinámica del mundo y no creo que cambie mucho, los revolucionarios, una vez alcanzado el poder se convertirán en lo que derrocaron o algo peor. El poder corrompe.
Acostados sobre la alfombra de la sala nos lanzamos a una discusión sin límites sobre el mundo y las guerras, la política actual y nuestra sociedad. Recorremos su pasión por la filosofía hasta mi opinión sobre la literatura actual. En algún punto discutimos sobre la anarquía como posible solución, si acaso fuera posible verla de esa manera.
–Es fácil hacer planes maravillosos en la mente, pero sin el factor humano nada funciona. La gente no está dispuesta a sacrificio de ningún tipo –le digo.
–Todavía hay esperanza.
–¿Todavía hay esperanza? ¿Confías en que se puede hacer algo?
–Ya lo creo que sí, ¿por qué no? Sobre todo hacerlo nosotros mismos.
Amo la firmeza de sus palabras, su mirada firme. Es un hombre político, pienso, amo lo político de este hombre. ¿Por qué nunca antes lo miré de otra manera, con ojos de mujer? Ahora de pronto habla y yo dejo de escucharlo a ratos, mirando los dos al techo. Acostados sobre la alfombra imagino que podría estar sobre mí, y entonces yo besaría sus labios por primera vez. El librero grande junto a la pared me muestra sus libros organizados por tamaño, materia y, a veces, hasta por color. Sus libros que vienen ahora sobre mí y me hablan de todo: política, historia, sociedad ¿es ético desear lo ajeno? ¿estar comprometido es una razón honesta para negarse uno mismo el interés? Ella duerme todavía, no se imagina que hablamos de ella también, de lo linda que es y cuánto le gusta a él estar con ella todo los días de su vida. Hablamos como dos amigos que se encuentran en la calle, dos amigos… y sin embargo yo siento que amo una parte de este hombre. No me atrae físicamente, eso no, pero amo una parte de él, amo el hombre que piensa sobre su tiempo, el hombre que, a pesar de todo, quiere hacer algo por su tiempo. Somos dos amigos que hablan en la madrugada.
Se ha quedado dormido junto a mí, juntos sobre la misma alfombra. Un hombre dormido junto a mí. Su pecho se alza rítmicamente y el rostro se vuelve tierno en una extraña mezcla de rasgos endurecidos anunciando la plena madurez. No es un hombre hermoso. Mirar su sueño es irrumpir en su intimidad, me siento una entrometida, soy una entrometida amando una parte de él, solo una parte. La luz de la mañana me sorprende aún sin haber dormido. Él se ha ido al trabajo. Salió deprisa, dejando la ventana abierta.